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El Benefactor

Publicado: 2013-05-08

Uno de mis cuentos favoritos es "El benefactor" de Rodolfo Hinostroza. El profesor trujillano Francisco Orihuela recibe un día un cable anunciándole que ha ganado un premio internacional con la novela Las muelas de Santa Apolonia. Su sorpresa es enorme porque nunca ha escrito una novela y menos enviado algo a un concurso literario. Apenas si había escrito dos o tres artículos desapercibidos sobre el indigenismo. "No me quedó más que agradecer, porque era complicado e inútil pretender que yo no era el ganador" sostiene Orihuela y decide seguir con su vida. Aunque esa decisión implica perder a su mujer y viajar a Europa para volverse famoso. Lo peor de todo es que, pese al éxito, cuando al fin puede leer la novela esta le parece mediocre, una novela histórica con anacronismos y giros de bestseller que, por eso mismo, se vende estupendamente bien y se traduce a varios idiomas.

Uno años después, su agente literario le anuncia que su segunda novela es aún mejor que la primera y que ha conseguido un anticipo generoso. El pavo a la Moctezuma tenía 319 páginas y esta vez no sucedía en el mundo de la Conquista, como la anterior, sino que viajaba a Francia y esbozaba un arco desde la Revolución hasta los días posteriores a la captura de Napoleón, todo ello aderezado con recetas de cocina tan eruditas como pantagruélicas. Es una novela pretenciosamente cosmopolita, piensa Orihuela, y encima lo mete en un aprieto mayor pues no sabe nada de cocina. La novela fue un éxito para su frustración. Lo único favorable es que conoció en París a Diana, una pintora judía incapaz de distinguir un soneto de un repollo, pero muy buena en el sexo. Junto a ella pudo vivir dos años de sosiego instalados en Francia.

Hasta que llegó la tercera novela a las manos del agente, directamente de Italia. Se titulaba Antencedentes de Eniac y transcurría ahora en la Inglaterra de los poetas románticos, inaugurada con el célebre concurso en el palacio de Lord Byron donde Mary Shelley escribe Frankestein. Si la primera novela histórica era policial, y la segunda era gastronómica, esta iniciaba gótica y se convertía luego en pornográfica, merced a las amantes del librepensador Byron y las detalladas posturas sexuales, para converirse posteriormente en un alegato feminista. El desenlace muestra a la hija de Byron, la matemática Linda Lovelace, trabajando codo a codo con su amante, Charles Babbage, para construir la primera computadora del mundo, mecánica y a vapor. Al principio parecía un éxito, pero luego empezó a arrojar errores mínimos en sus cálculos que se convirtieron en graves, hasta que la escena final nos deja a los personajes frente a un monstruo horrendo y de fierro que solo arroja errores. La novela, que Orihuela considera la más oscura y críptica de todas, le resulta pésima y decide no participar de su promoción. Algo malo le debe estar ocurriendo a B. (como llama al anónimo Benefactor que le regala sus libros y su fama) para que escriba algo semejante, pero él prefiere no averiguarlo mientras viaja a una universidad norteamericana a dictar cursos sobre indigenismo peruano, el único tema que asegura conocer. Desde ahí se entera de su nuevo éxito literario.

Tres años después, otro sobre "por si quieres darle unas correcciones" le fue enviado por su agente. Se trataba de la primera parte de un trilogía, que llevaría el nombre de La ley de Gamov y constaba de las novelas El largo viajeLos hombres de fronteraEl regreso. Lo que le había llegado era la primera parte, El largo viaje, que esta vez no era una novela histórica sino que ocurría en el mundo contemporáneo, pero no por ello resultaba menos oscura. La novela saltaba de un lugar a otro, de los arrabales de Mexico DF a los picos de Nepal, pasando por Telegraph Avenue y las arenas de Goa. No había una historia central sino decenas de historias alambricadas, sin un conflicto ni un tema reconocible, sino simplemente vidas cruzadas que por primera vez emocionaron a Orihuela pues "narraba los altibajos de la existencia humana, en todo lo que tienen de trágico y de cómico". La novela despertó, además, el deseo de conocer a B. Por primera vez se sentá unido a él. Sin embargo, en el mundo editorial representó su primer fracaso, un bluf pese a la bien montada estrategia comercial. Los críticos la consideraban incomprensible y Orihuela empezó a defenderla "comprendiendo el abismo que separa a ellos de nosotros" dice, incluyendo en ese nosotros a B. No tuvo que esperar mucho para que la segunda parte,Los hombres de frontera, llegara en un nuevo sobre. Seguía en líneas generales los temas tratado del primer libro, pero la estructura tenía "algo de catedral gótica", un cúmulo de violentas pasiones alzado sobre el cielo puro y transparente. Pero había algo más. La novela empezaba a hablar del propio Orihuela, de su periplo desde Trujillo hasta la universidad norteamericana donde vivía. A pesar de las inexactitudes -para ocultar la verdad, pensaba- había el consuelo de una reconciliación consigo mismo, avizorado para el fin de la trilogía.

La segunda novela fue un éxito que, incluso, revalidó a la primera. Pero como era de esperarse, la última parte, El regreso, nunca llegó. ¿Habrá muerto B.? Es lo más probable. Orihuela no lo sabe, y se dedica a intuir de qué trataría ese libro (incluso pretende inútilmente escribirla) dado el título general, La ley de Gamov, que se refiere a una ley física según la cual el Universo en expansión comienza a contraerse para amontonarse en el mismo punto, originando el Huevo Cósmico, principio y fin de todas las cosas.

"El tiempo correría hacias atrás y la muerte sería abolida" concluye Orihuela.

El cuento finaliza con el profesor, jubilado de la carrera literaria, en una casa de campo en Trujillo, su ciudad de origen, en el sosiego del reencuentro con su hija y dedicándole canciones a sus nietos. Y aguardando, con cierta ansiedad pero sin esperanza, un nuevo sobre en el correo.

Desde que leí "El benefactor" hace varios años, e incluso ahora que acabo de releerlo, no puedo dejar de pensar que ese extraño persona, B., que escoge al azar a alguien para regalarle una obra no es un ser ajeno a uno mismo, sino alguien que habita en el interior de todos nosotros, que conoce lo que ignoramos que sabemos, y que consigue hacernos escribir lo que jamás escribiríamos. No hay que entenderlo sino solo asumirlo y aceptar sus reglas. El benefactor no muere jamás mientras nosotros estemos vivos, pero sí puede quedarse callado de pronto. El silencio del benefactor sucede cuando no tiene nada más que decirnos, cuando inevitablemente hemos aprendido la lección y reconocido al fin lo que habíamos olvidado al principio, nuestra misión: un largo, ajetreado y estrambótico recorrido hacia nosotros mismos.


Escrito por

Iván Thays

Escritor peruano. Autor de las novelas "El viaje interior, "La disciplina de la vanidad" y "Un lugar llamado Oreja de perro".


Publicado en

Moleskine Literario

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