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Messi y Maradona leídos por Caparrós

Publicado: 2013-01-09

Estaba emocionado. No me pierdo ningún partido de Messi con el Barcelona o con la selección. Hasta los amistosos los veo. Ver jugar a Messi hace que me duela menos el estómago, como me ocurría cuando era joven con Maradona. Vi a Messi con el saco de lunares y me reí, feliz. Por primera vez, iba a la ceremonia de los balones de oro vestido como un ganador, listo para la foto. Tenía ganas de meter a Messi y su cuarto balón de oro en el Molekine Literario pero hace años decidí no hacer off topic así que no había modo de meterlo. Hasta que me topé con esta crónica estupenda de Martín Caparrós en su blog en Olé (Caparrós es escritor, y de los mejores, así que tiene sentido que salga en Moleskine), que reproduzco íntegra porque no se le puede quitar ni una palabra.

Dice la nota:

La Argentina es, sabemos, un país generoso; generoso también con el divertimento de sus ciudadanos. Aquí todo se mueve, todo cambia todo el tiempo. Pero aún entre tanto vaivén, a menos que un huracán se lleve todo, dentro de cincuenta años alguien seguirá discutiendo si Messi fue mejor que Maradona o viceversa.

Los argumentos van a ser frondosos. Los números de Messi son superiores a los de Maradona: mete más goles, gana más campeonatos; es cierto también que Messi juega en el mejor equipo de la historia, pero Maradona pasó por ese mismo club y se tuvo que ir al Napoli. Maradona siempre fue un héroe individual, caballero solitario entre burros y caballos; Messi es una pieza ajustadísima del mejor equipo de la historia –y el fútbol, en última instancia, es un deporte colectivo. Maradona parecía encajar mejor en equipos mediocres que lo necesitaran mucho que en equipos completos. Messi, en cambio, nunca jugó –probablemente nunca juegue– en un equipo malo. O, por decirlo feo: el peor equipo en el que jugó es la Selección Argentina.

Y de ahí el argumento más usado: los números de Messi son muy superiores pero para ponerse a la altura de Maradona le falta un Mundial –y haberlo dicho en una filmación villera en blanco y negro.

De todas formas, más allá de números y logros, son dos jugadores muy distintos –aunque a veces se parezcan tanto. Se diría que lo que empieza en Maradona culmina en Messi. Maradona jugaba como si estuviera inventando el fútbol con cada movimiento; Messi, como si lo hubiera perfeccionado hasta un punto insuperable. Maradona, como si corriera al borde del abismo con la elegancia y el peligro del mejor equilibrista; Messi, como si lo que hace fuera una pavada de tan fácil. (Alguna vez, creo, escribí que un asesor de imagen debería convencer a Messi de tropezar un poco, perder una pelota, mostrar la dificultad extrema de todo eso que él hace parecer tan simple).

Era más lindo apoyar a Maradona: venía de abajo, jugaba de abajo, se peleaba con todos, era un drama sostenido y, a veces, triunfador. En cambio Messi es la monotonía del mercado global: hace todo –lo que nadie hace– con una regularidad casi aburrida. Mucho más que drama es eficacia –y eso no siempre tiene gracia.

Messi tiene, además, otras dos grandes desventajas: la primera es que Maradona llegó primero, inventó ese molde que parecía hecho solo para él y que, sin embargo, Messi puede llenar. Por eso Messi empezó su recorrido tratando de ser tan grande como Maradona; Maradona nunca tuvo ese problema.

Y la otra es que no es muy argentino. Quizá, con el tiempo, termine siéndolo –o pareciéndolo, que no es lo mismo pero es igual. A veces creo que Messi es, para los argentinos, como un muñeco que te toca en una rifa. Nosotros no lo “hicimos”, no lo vimos crecer, no lo acompañamos con esa ansiedad con que se sigue a un buen proyecto que hay que llevar con mimos, con cuidado. No; un día nos dijeron que había un muchacho que la rompía en el Barsa y que además era rosarino y que seguramente jugaría en la Selección: caído del cielo.

Por eso, supongo, Messi nunca nos pareció del todo nuestro y, sin embargo, es lo más argentino que hay, una síntesis de la argentinidad actual: carne, soja, buena materia prima exportada para que la procesen y la aprovechen lejos. Porque acá no podíamos, no había plata o ganas o interés para pagar su tratamiento, y tuvo que ir a buscarlo a España. Quizá, si nos ponemos un poco radicales, se podría pensar que por eso no terminamos de estar cómodos con Messi: porque nos recuerda demasiado nuestras limitaciones, esa mezcla de talento y despedicio que solemos ser.

Aunque también apela a nuestros instintos más berretas: el triunfalismo barato, el exitismo, la idea de que un caído del cielo va a salvarnos.

Mientras, lo van haciendo argentino los demás: los españoles, que no dudan, los otros europeos, los africanos o chinos o bengalíes que te preguntan de dónde sos y cuando les decís argentino ya no te dicen ah Maradona sino ah Messi, Messi.

Está claro que el resto del mundo lo discute cada vez menos. Ayer le dieron por cuarta vez consecutiva el mayor premio individual a un futbolista –que nadie tuvo tantas veces.

Hace unos días The Guardian hizo una encuesta sobre quién es el mejor jugador actual del mundo y Messi la ganó por goleada: “El debate ya está en otro plano: no se trata de saber si Messi es el mejor jugador del mundo en este momento sino si puede ser el mejor jugador de la historia. Lleva cuatro años haciendo que lo extraordinario parezca ordinario, produciendo rendimientos sorprendentemente brillantes con una regularidad que ha hecho que ya no sean sorprendentes”.

Solo falta que podamos citar esas palabras dentro de un año y medio, cuando lleve a la Argentina a ganarle a Inglaterra –o, si acaso, a Brasil– y ahí va a quedar muy poco lugar para la duda.

Entonces le habrá ganado a todo el mundo salvo a su ídolo primero. Será un partido más en esta lucha rara, interminable, un regalo que no sé si merecemos.


Escrito por

Iván Thays

Escritor peruano. Autor de las novelas "El viaje interior, "La disciplina de la vanidad" y "Un lugar llamado Oreja de perro".


Publicado en

Moleskine Literario

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