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Joseph Anton debe vivir hasta que muera

Publicado: 2012-11-28

No puedo imaginar un libro más auto-condescendiente que las memorias Joseph Anton de Salman Rushdie. Luego de leer las casi 700 páginas he terminado convencido de que Rushdie ha convertido la realidad en una película donde es el único protagonista. Amigos, escritores, intelectuales, políticos, policías, diplomáticos, lectores, periodistas, ciudadanos y países enteros giran en torno a él. Si el libro resulta asfixiante, claustrofóbico incluso, no es solo por la situación narrada (un escritor obligado a esconderse al haber sido condenado a muerte por el ayatolá Jomeini por escribir Los versos satánicos) sino por la omniprescencia de Rushdie y su persecución. En un momento del libro, su segunda esposa, la escritora norteamericana Marianne Wiggins, lo acusa de creer que tiene el patrimonio exclusivo de la genialidad y también de que, mientras convivía con él durante los años de la fatwa, nadie podía hablar de otra cosa sino de sus problemas. Rushdie le devuelve el golpe colocándose como víctima no solo del ayatolá sino de su ex mujer, a quien califica de mitómana y envidiosa de su éxito en diversas partes del libro; pero quizá debió escucharla. De haberlo hecho, Joseph Anton sería algo más que esa minuciosa y obsesiva ennumeración de los detalles de sus años clandestinos que convirtieron a todos en amigos o enemigos, una línea divisoria que Rushdie traza de manera estricta. No existe termino medio. O se está completamente a favor de él, o se está a favor del fundamentalismo y en contra de la libertad de expresión.

Ciertamente, existe mucho de engreimiento en este libro. Incluso la extraña decisión de contar la historia en tercera persona (quizá para dejar en claro que no se está escribiendo la historia de Rushdie y menos aún de Salman, sino de un tal Joseph Anton, atribulado escritor perseguido por asesinos musulmanes y a quien sus guardaespaldas llaman simplemente "Joe") termina siendo contraproducente, pues parece decirnos todo el tiempo: "miren lo que le pasó a este pobre hombre, miren qué mal la pasa... y puede pasarla peor".

Es verdad, insisto, que hay engreimiento y auto-compasión, pero también es cierto que aquello que Rushdie cuenta en Joseph Anton no es una mentira, ni siquiera una exageración. Sucedió. Y por encima de cualquier juicio a la obra o a la personalidad egocéntrica del autor, debemos poner las cosas en su sitio. Salman, Rushdie, Joseph Anton o Joe, es un hombre al que se le condenó a muerte por escribir un libro. Alguien a quien se le censuró por no estar de acuerdo con personas con las que no tenía por qué estar de acuerdo (su hermana, uno de los personajes entrañables que logran escapar de la tiranía del protagonista, cuando él observa asustado por TV las manifestaciones de fanáticos que lo acusan de haber traicionado a su pueblo, le recuerda "esas personas no son tu gente, nunca lo fueron, tú no eres como ellos") y al que se le obligó a vivir escondido, privado de la libertad, esperando todos los días noticias nuevas que cada vez son peores, solo por escribir algo que un grupo de personas -que sin duda ni siquiera habían leído el libro- juzgó peligroso, sacrílego o simplemente inoportuno.

Rushdie no necesita ponerse en el papel de víctima -y acusar con el dedo a todos lo que no lo apoyaron completamente o se arriesgaron por él- porque él es realmente una víctima. Si hay algo memorable en el libro, una verdadera lección, es la incertidumbre de Rushdie ante la condena de muerte. Primero, intenta demostrar con argumentos que su libro ha sido mal interpretado y que la crítica contra Mahoma es no solo válida sino histórica. Luego, estresado por el encierro, acepta firmar una carta donde se declara musulmán y, de algún modo, pide perdón por el daño causado y asume las consecuencias de sus actos. Ninguna de las dos opciones tiene un efecto positivo. A los asesinos no les interesan los argumentos y los fanáticos desconfían de las conversiones de última hora. Lo que quieren todos es la cabeza de Rushdie, quieren el trofeo que demuestre a Occidente que ellos se rigen por otros principios y que siempre devuelven el golpe con más fuerza, incluso antes de recibir el primer golpe.

Así, Rushdie aprende que obtener la libertad que necesita un auténtico escritor implica, necesariamente, un acto solitario y la aceptación de que nunca será del agrado de todos. Esa es la gran lección de Joseph Anton, la lección que la clandestinidad y la fatwa enseñan a todos los artistas del mundo: aquel que quiere decir la verdad, su verdad, no puede esperar que no existan reacciones de quienes no quieren escucharla.

El precio de ser consecuente es ganarse enemigos. El precio de optar por la libertad creativa siempre será la intolerancia. Que Rushdie, y todos nosotros, hayamos tenido que aprender eso a través de una condena de muerte es muy lamentable. Y es aún más lamentable, luego de cerrar el libro y pese a saber que la fatwa ha sido levantada y que Rushdie ya no se esconde, seguir temiendo que exista un fanático que no necesite de una fatwa ni de los 3.3 millones de dólares para atentar contra su vida. Rushdie se ha convertido en un portaestandarte contra la censura, ha logrado desmarcarse de Los versos satánicos y ahora defiende la literatura, la creación artística. Habla por todos nosotros y ha escrito estas memorias. Pero sigue habitando en un mundo de fanáticos para quienes la vida -ni la suya ni la del resto- no vale nada. Todos sabemos -y él más que ninguno- que mientras reclame el privilegio de poder pensar distinto nunca estará seguro. Aún corre peligro. Es terrible decirlo pero, como todos los hombres realmente libres, Joseph Anton tendrá que vivir su vida hasta que muera.


Escrito por

Iván Thays

Escritor peruano. Autor de las novelas "El viaje interior, "La disciplina de la vanidad" y "Un lugar llamado Oreja de perro".


Publicado en

Moleskine Literario

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