Los cuentos de Marie Darrieussecq
Marie Darrieussecq
Marie Darrieussecq convirtió la historia de una mujer que se convertía en chancha en un éxito literario. El libro Marranadas es su obra más famosa, pero no la única, aunque ninguna otra haya conseguido tanto éxito. Ahora, en Argentina la editorial Cuenco de Plata publica Zoo, una recopilación de cuentos aparecidos a los largo de más de una década en diversas revistas. Laura Galarza hace la reseña para Radar Libros de Página12. El resultado, aunque interesante, no es parejo, concluye.
Dice la nota:
En uno de los relatos de Zoo (“Nadie se borda las piernas todos los días”) las mujeres de la familia tienen un don: el de saber bordar el cuerpo, el propio y el de otras mujeres. “Bajo los vestidos largos, se bordaban un par de ligas”. Leído como metáfora, alcanzaría para definir este compilado de relatos de Darrieussecq: de lo femenino como marca. En varios de los relatos de Zoo los personajes quedan atrapados en situaciones siniestras gracias a los consejos de una madre. Como en “Navidad entre nosotros”, donde la madre le cede a la hija su casa de campo: “Te va a hacer bien cambiar de aire”, le dice, porque no comprende lo que la está haciendo infeliz. O en “Conociendo a los monos”, donde una escritora pasa sus vacaciones en la casa de su madre mientras ella está de viaje y cuida de su mono, con quien termina teniendo una curiosa relación. En “La rondadora”, otra escritora se aísla en un chalet en las montañas y recibe en medio de una noche tormentosa la visita de una extraña. “My mother told me monsters do not exist” (quizás el mejor logrado de los relatos) cuenta el día en que una mujer encuentra colgando de la cortina de su departamento un bicho, que no logra definir si es una rata o un murciélago. Darrieussecq va siguiendo a la protagonista con un nivel de detalle exasperante, hasta que rendida, esta mujer sola y acorralada, termina comprándole una cucha.
De lo siniestro, los relatos de Darrieussecq saltan a cierta reivindicación feminista de mujeres “impenetrables” que, por ejemplo, simulan los orgasmos (“Simulatrix”). Aunque si se lee mejor, en el fondo todas ellas esconden una gran desolación: “Seguro que había que remontarse muy lejos en el tiempo para encontrar algo semejante a un principio de ella, sola, aún no formateada, quizá completamente vacía”, En “Aún aquí, después de la cesárea”, la protagonista no vuelve a ser la que era. La niña está “atravesada” dentro de ella. “No va a pasar”, dice el médico. “¿Cómo se las arreglaban antes?”, se pregunta. “En algún lado leí que las cesáreas las hacían sin anestesia ni antibióticos, y que la madre se las arreglaba como podía. Le planteaban al padre la disyuntiva: `La madre o el hijo’. ¿Alguno habrá elegido el hijo? ¿Se sabe de algún caso semejante?” El resto de los relatos de Zoo resultan algo desparejos. Tanto en eficacia como en profundidad. Quizá porque el orden pareciera no responder a un corpus, quizá porque varios fueron escritos y publicados por Darrieussecq para medios bastante heterogéneos de Marie Claire o Vogue a Inckorruptibles, y, como ella admite, nunca escribe relatos si no es por pedido. Algunos fueron inspirados en muestras de pintura o fotografía. Lo dice la misma Darrieussecq a pie de página: “A veces escribo para los artistas. Busco un equivalente de palabra a su trabajo plástico”. En cambio otros formaron parte de antologías, o fueron novelas a medio camino. Esta disparidad de “demandas” a las que parece responder la autora, sumado a los homenajes (como “Vecinos” a John Lennon), más los relatos que tienden al ensayo, o juegan con el tema de la clonación, termina afectando la consistencia global de la obra.
De todas maneras la apuesta de Cuenco de Plata por dar una versión diferente de la autora después de transcurrido el tiempo y más allá de Chanchadas, deja un balance positivo. Sumado a la impecable traducción de Lil Sclavo, que con expresiones como “laburo a lo bestia” o “estoy con los nervios de punta”, juega a favor de la espontánea e irreverente voz de Darrieussecq.