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Nemirovsky suite

Publicado: 2011-04-19

Irene Nemirovsky en los años 30

Salamandra ha editado Los perros y los lobos, una nueva novela de aquella desconocida autora de Suite Francesa, Irene Nemirovsky, que ganó fama póstumamente y hace unos años se convirtió en un boom de la narrativa en Europa. El suplemento Babelia le ha dedicado su ejemplar de la última semana a Nemirovsky. Incluye una reseña de Jesus Ferrero sobre Los perros y los lobos y una nota extensa de Lola Galán titulada “Nemirovsky inagotable” que transcurre por su vida y obra a través de la visita a la casa natal de la autora, asesinada en Auschwitz durante la Segunda Guerra Mundial.

Dice la nota:

Denise Epstein, pelo corto, camisa marrón, pantalones negros, y un aire jovial que desarma, ha sido documentalista y ha creado su propia familia (tiene dos hijos, una hija, Irène, y varios nietos), pero el motor fundamental de su vida ha sido siempre su madre. Es decir, recuperar los fragmentos de su vida, reconstruir una memoria coherente de la mujer y de la escritora que tanto admiraba, y de la que fue separada bruscamente la mañana del 13 de julio de 1942. Esta dedicación casi obsesiva explica que guardara durante décadas el manuscrito de la última obra de su madre. La inacabada Suite francesa, publicada por ediciones Denoël en 2004.

Una obra escrita, como dijo la autora, “en la lava ardiente”. Una historia en tiempo real de la guerra y sus efectos en una comunidad burguesa europea. Némirovsky retrata con certera crueldad la reacción del pueblo francés a la ocupación alemana. Obsesionados por la comida y los objetos mientras el mundo se derrumba a su alrededor. El aplauso póstumo fue general. Desde entonces, la vida de Epstein gira todavía un poco más alrededor de la de su madre, convertida en una autora superventas, traducida a 35 idiomas.

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“Cuando nos lanzamos a publicar Suite francesa, era una autora completamente olvidada”, reconoce Olivier Rubinstein, su redescubridor, y responsable actual de la editorial Denoël, en su amplio despacho de la sede parisiense, que se asoma a un patio interior lleno de árboles florecidos. “Había sido una escritora precoz, una especie de Françoise Sagan de su época, que publicó su primer libro en una revista literaria en 1926, con 23 años, y conquistó la celebridad absoluta a los 29 años con su novela David Golder”. Cierto que dos de sus libros más célebres, este último y El baile, editados por Grasset, todavía se vendían, pero los derechos de autor que recibían las hijas de la autora eran de unos pocos cientos de euros.

Rubinstein conocía a Némirovsky y leyó el texto con interés, pero sin la menor sospecha de que tenía en sus manos uno de los mayores éxitos editoriales de Denoël.Suite francesa fue un superventas total, no solo en Francia, o en España, donde conquistó el Premio de los Libreros de Madrid, y tuvo una excepcional acogida. La edición en lengua inglesa superó el millón de ejemplares de ventas y sirvió, como dice Rubinstein, para descubrir “no solo una obra excepcional sino a una autora muy importante”. Una autora que todavía no ha terminado de cosechar triunfos. El año próximo se iniciará el rodaje de una superproducción cinematográfica de Suite francesa, y existe el proyecto de inaugurar en Madrid una gran exposición sobre la peripecia humana de la escritora, que se clausuró en París en marzo pasado. La muestra procedía de Nueva York, donde bajo el lema Mujeres de letras. Irène Némirovsky y Suite francesa, presentaba la historia de la escritora, que ya había conmovido a la opinión pública estadounidense cuando se divulgaron los detalles del descubrimiento de su novela póstuma. Allí estaba su manuscrito, un cuaderno de papel cebolla emborronado con una letra diminuta de un azul especial; allí estaba el pequeño baúl (28,5 centímetros de alto, por 49 centímetros de ancho y 42 centímetros de profundidad), donde permaneció guardado junto a cartas, fotografías, pequeños recuerdos familiares, hasta los años noventa, cuando sus hijas se decidieron a depositarlo en un archivo público, no sin antes mecanografiarlo y reservarse cada una una copia. Y allí estaban las imágenes de Némirovsky. Fotografías de una adolescencia triste, de una juventud loca, vivida en el lujoso ambiente de los rusos blancos en el exilio. Irène, rodeada de rostros con la mirada esquiva que les identifica como descendientes de una estirpe de víctimas de pogromos, persecuciones, deportaciones. “Deportación es una palabra tan rusa”, exclama Denise Epstein. Pero hábiles también para reconstruir fortunas y ganarse un sitio en las sociedades de adopción.

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Myriam Anissimov, autora del prólogo de las ediciones francesa y española de Suite francesa, la persona que puso en contacto al editor con Denise Epstein, no se ha mordido la lengua a la hora de denunciar el antisemitismo de Némirovsky. La acusa, incluso, de odiarse a sí misma, probablemente en tanto que judía. Denise Epstein se indigna cuando se saca el tema. “Mi madre jamás ocultó que fuera judía. Si se convirtió al catolicismo al final fue porque creía que eso la salvaría a ella y a nosotras. Por eso nos bautizó. Es difícil comprender el miedo que sentíamos. Pero ese miedo me ha llevado a mí a bautizar a mis propios hijos en los años cincuenta”, recuerda.

Los Epstein-Némirovsky se convirtieron al catolicismo en 1939. Un gesto de autoprotección que no dio frutos en una Francia ocupada por los alemanes, indiferente y egoísta. Muchos de los editores, escritores, artistas e intelectuales del momento se rindieron al enemigo. Algunos saludaron en los nuevos amos a los verdaderos salvadores de Europa frente a bolcheviques y judíos. Fue el caso de Robert Brasillach, al que Némirovsky frecuentó en los años treinta, y el de Louis Ferdinand Céline, uno de los autores franceses más traducidos del siglo XX, después de Marcel Proust.

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Némirovsky también se refugió con su marido y sus dos hijas en un pueblecito, Ivry-L’évêque, pero, víctima probablemente de una delación, fue detenida allí por los gendarmes, el 13 de julio de 1942. Del campo de Pithiviers fue conducida a Auschwitz, cuatro días después, en el convoy número 6. Nunca regresó. Aparentemente murió de tifus un mes después, pero Rubinstein no lo cree. “Después de la guerra, cuando la gente pedía un certificado de fallecimiento, decían que todos los prisioneros habían muerto de tifus, cuando, evidentemente, habían sido gaseados, porque está claro que los prisioneros que no podían trabajar eran eliminados de inmediato. Desde luego no hay testigos. En todo caso la diferencia es pequeña”. Para el editor está claro que todo lo que hizo la propia Némirovsky, publicar sus obras en revistas antisemitas comoGringoire o Candide, codearse con escritores próximos a la derecha, reclamar sin éxito la nacionalidad francesa en 1939, pedir ayuda a amigos y editores aun a riesgo de humillarse, no son sino conjugaciones de un mismo y comprensible verbo: sobrevivir.

Cierto que algunos autores franceses de la época se unieron al partido comunista, como Louis Aragon, o combatieron personalmente contra el nazi-fascismo, como André Malraux. Pero muchos otros se refugiaron como pudieron bajo el ala alemana, decididos como Némirovsky a sobrevivir. Desgraciadamente, ella no lo consiguió. Mientras su odiada madre, Anna, vivía regiamente en Niza, disfrazada de refugiada letona, mientras Nathalie Sarraute huía, como tantos otros judíos instalados en Francia, Némirovsky se empeñaba en permanecer en una “patria” esquiva cuando no decididamente traidora.

“Hemos tenido etapas de mucha cólera mi hermana y yo”, reconoce Denise Epstein con la mirada perdida. “¿Por qué no huyó? ¿Es que quería escribir a toda costa Suite francesa? Quizás, el hecho de haber vivido ya un exilio le hizo más reacia a volver a partir. Quizás el abandono brutal que sufrió le causó una fatiga, un agotamiento, una falta de esperanza en relación con los seres humanos, que pudo quitarle las ganas de huir. Además, creo que debía haber problemas financieros. Tenían las cuentas bloqueadas, solo le pagaba un editor, Albin Michel. Pero es cierto que el pueblo donde nos refugiamos estaba cerca de Lyon, podríamos haber llegado a Suiza fácilmente”.


Escrito por

Iván Thays

Escritor peruano. Autor de las novelas "El viaje interior, "La disciplina de la vanidad" y "Un lugar llamado Oreja de perro".


Publicado en

Moleskine Literario

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